¿Recuerdas ese amigo simpático que cae bien a todo el mundo? Tiene la mejor actitud frente a las dificultades, además de querer ayudar a los demás con lo que hace.
Bien, Ricardo hacía parte de un grupo de voluntarios que debían atender una misión de ayuda y cuidado de unos refugiados de un desastre. Era una zona de difícil acceso y estaba rodeada de una tupida selva en la que no paraba de llover.
Los voluntarios tenían mucho que hacer, pues debían coordinar la entrega de provisiones y vigilar que el desorden no causara penas mayores. El plan era fácil: una parte de los voluntarios se encargaba de entregar alimentos a las personas, y otra parte ayudaba a los refugiados con distintas tareas, como el cuidado de enfermos y niños. Éste era el grupo en el que estaba Ricardo.
Después que el grupo de voluntarios se instaló, Ricardo recorrió el lugar para conocer a las personas y empezar a cuidarlas. Contaba con medicamentos para dar atención básica y de primeros auxilios. Le esperaba un largo trabajo.
Ricardo pronto fue conocido en el lugar, gracias a que se hizo amigo de varias personas… Pero había un niño en especial que sufrió un accidente en una pierna, que gracias al cuidado de Ricardo se estaba recuperando y ya podía caminar.
Una mañana, Ricardo no vio al niño. Todos los días se reunía con sus amigos a jugar un rato y el niño los acompañaba, sin embargo, ese día no estaba. De hecho, no vio a ningún niño y de inmediato pensó que algo no estaba bien y se dirigió hacia su refugio.
Ricardo caminaba entre los refugios improvisados. Notaba que los niños estaban en el refugio que les correspondía, y al llegar, Ricardo preguntó a la madre de aquel niño por él. Ella le respondió que estaba bien, que no hacía falta que estuviera allí todo el tiempo. Se notaba un poco molesta, pero Ricardo insistió. Quería examinarlo y confirmar el estado del niño, así que ella salió a buscarlo y volvió con él.
Ricardo revisó la pierna del niño, que seguía mejorando y no tenía signos de peligro. Entonces Ricardo le preguntó: “¿Por qué no sales a jugar como siempre? Me he asustado cuando no te vi”. La respuesta del niño lo dejó más inquieto que antes:
– “Porque la mujer monstruosa me lleva para la selva” le dijo el niño a Ricardo, quien se quedó mudo ante esa respuesta y le preguntó quién era esa mujer, a lo que la madre del niño intervino y lo sacó del refugio. Ese misterio despertó la curiosidad de Ricardo, quien pensó en ello durante todo el día.
Ricardo pasó el día en su labor, atendiendo enfermos. Esta vez solo llegaban adultos y ningún niño estuvo por fuera. Ya al final de la tarde, Ricardo había terminado su turno de trabajo; esperaba afuera de la tienda, cuando de repente sintió que alguien lo miraba… Buscó a su alrededor y vio una mujer muy bella que lo estaba observando, y al ser descubierta se fue de inmediato.
Nunca había visto a aquella mujer. Era difícil, puesto que por su belleza sería fácil de recordar. Notó que el camino que tomó era el mismo que llevaba al refugio de su pequeño amigo, entonces fue a visitarlo.
Cuando se acercaba, Ricardo escuchó el grito de lamento de la madre del niño. Nadie reaccionó. De los otros refugios no hicieron nada, pero Ricardo aceleró su paso. Se le hizo eterno llegar al origen del grito.
Cuando llegó, encontró a la mujer llorando en el piso, pero no estaba el niño. Instintivamente Ricardo salió corriendo y recordó las palabras que el niño le dijo en la mañana: “La mujer monstruosa me lleva para la selva”… Entonces tomó el camino en esa dirección.
Corrió a toda prisa y de repente… Se detuvo: vio a la bella mujer de hace un momento, y de inmediato pudo ver que había raptado al niño.
Aquella mujer estaba cargándolo y lo dejó en el piso. Abrió la boca muy grande y… Quería devorar al niño.
Ricardo gritó con todas sus fuerzas: – “¡Hey! ¡Déjalo!”.
La mujer se paró, mostrando su verdadera forma. Ricardo no pudo disimular su miedo.
Aquella mujer era muy alta. Sus muslos se unían en una sola pierna. Donde debía tener el pie había una pezuña, y en su cara lo que más se notaba eran grandes colmillos que le mostraba a Ricardo, quien ahora era su presa.
Se lanzó sobre Ricardo, pero contó con la suerte que los refugiados habían escuchado los gritos y llegaron armados de machetes y otras herramientas. Ésto espantó a aquel ser infernal, y se metió en la selva dando grandes saltos olvidando a Ricardo y al niño para siempre.
La Patasola es uno de los seres más malvados que existen. Por su pasado odia el fuego y al machete, y le huye cuando los ve.
Ricardo y el niño corrieron con suerte ese día. No volvieron a ver a la Patasola, pero se sabe que sigue en la selva lista para cazar.
Ricardo me contó esta historia y yo vengo a contártela a ti.