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El dragón del bosque

    Pedro era un valiente aventurero que se había embarcado en una peligrosa expedición para encontrar a un dragón maligno que aterrorizaba el bosque. Pedro tenía una gran habilidad en la lucha y se había entrenado durante años para enfrentarse a criaturas peligrosas.

    Llevaba días caminando en el denso bosque, siguiendo las pistas que había encontrado en su camino.

    Pero a medida que avanzaba, la búsqueda se volvía cada vez más difícil. Pedro se adentraba cada vez más en la espesura del bosque, luchando contra el follaje, los insectos y los peligros que acechaban a cada paso.

    Los días pasaban y Pedro comenzaba a desanimarse. Había perdido la noción del tiempo y no sabía si se estaba acercando o alejando de su objetivo. Comenzó a cuestionar su valentía y a pensar que quizás había subestimado al dragón.

    Sin embargo, siguió adelante y finalmente, después de varios días de caminar, encontró rastros del dragón. Pero para entonces, el sol estaba a punto de ponerse y Pedro sabía que no podría enfrentarse al dragón en la oscuridad.

     

    Decidió acampar y descansar para estar preparado para la gran batalla del día siguiente. La noche fue larga y tensa, con el sonido de la respiración pesada del dragón resonando en su mente. Pero Pedro no se dejó vencer por el miedo y se preparó para la lucha.

    Al amanecer, Pedro se levantó con la primera luz del sol y se preparó para el enfrentamiento final. A medida que avanzaba hacia el dragón, el miedo comenzó a desvanecerse y fue reemplazado por la determinación de derrotarlo.

    Pedro avanzaba con cuidado por el bosque, siguiendo el camino iluminado por su linterna. De repente, llegó a un claro del bosque y vio al dragón dormido en el centro. A pesar de su tamaño imponente, el monstruo parecía pacífico en ese momento, respirando suavemente y emitiendo pequeños ronquidos.

    Pedro sabía que no podía permitirse el lujo de tener miedo en ese momento, debía estar en su mejor forma para vencer al dragón.

    Con un grito de guerra, Pedro sacó su espada y avanzó hacia el dragón. El dragón, aún adormilado, no tuvo tiempo de reaccionar mientras Pedro asestaba un golpe certero. El monstruo reaccionó, arrojando fuego por su boca hacia Pedro, pero saltó con agilidad para esquivar el ataque y avanzó para clavar su espada en el flanco del dragón. El dragón rugió de dolor y Pedro supo que había encontrado su punto débil.

    Pedro se retiró, satisfecho de haber derrotado al dragón y se dirigió hacia la aldea cercana para contar su hazaña. Sin embargo, cuando llegó, descubrió que algo andaba mal. Había un ambiente extraño en la ciudad, la gente lo miraba con desconfianza y murmullos.

    Finalmente, un aldeano se acercó a Pedro y le preguntó: “¿Por qué mataste a nuestro protector?“. Pedro quedó atónito, no sabía que el dragón era querido por el pueblo. Los aldeanos habían protegido y criado al dragón desde pequeño, que vivía en medio del bosque y que era considerado un miembro más de la comunidad.

    Pedro se sintió como un monstruo.

    Los aldeanos, sin embargo, le dijeron que había otro dragón que era malvado y peligroso. Vivía en una cueva en las montañas, y su aliento de fuego arrasaba pueblos enteros. Pedro sintió la necesidad de redimirse y prometió encontrar al dragón malvado y destruirlo para proteger a la aldea y al bosque.

    Así que, con la espada en mano, Pedro se aventuró hacia las montañas. Después de varios días de caminata, finalmente llegó a la cueva del dragón. Pedro estaba preparado para la batalla, pero antes de que pudiera atacar, el dragón habló.

    “¿Por qué has venido aquí?” preguntó el dragón. “Sé lo que hiciste con el otro dragón, y no quiero luchar contigo. Soy un dragón solitario y me mantengo alejado de los humanos. Si me dejas en paz, no te haré daño“.

    Pedro se dio cuenta de que el dragón malvado no era tan malvado después de todo. Había aprendido la lección de que no debía juzgar a los demás por su apariencia o rumores. Así que, en lugar de luchar, Pedro decidió respetar al dragón y su espacio. Prometió no regresar y, después de despedirse, regresó a la aldea.

    Pedro había aprendido una valiosa lección y se había convertido en un héroe para la aldea y el bosque. Comprendió que no siempre hay que creer todo lo que se dice y que, a menudo, las cosas no son lo que parecen y debemos mantener una mente abierta y estar dispuestos a aprender más antes de tomar una decisión.