Saltar al contenido

El Mohán: Un ser demoníaco – mito colombiano

    ¿Tienes amigas o conoces parejas con sus hijos recién nacidos? Entonces esta historia te interesa, justamente le pasó a una amiga mía, Juliana.

    Hacía un mes y medio había nacido el bebé de Juliana y fue a mostrarlo a casa de una compañera de trabajo. Ella y sus padres la apreciaban mucho, porque siempre había sido muy buena amiga de su hija.

    Como era de esperarse, el tiempo pasó en casa de su amiga y se hizo tarde. Juliana salió a su casa, que quedaba fuera de la ciudad.
    Juliana debió esperar un buen rato hasta que pasara su transporte, así que cuando lo vio, tomó aire y descansó. Por fin podía ir a casa y ya tenía sueño.
    Su pequeño hijo estaba ya dormido y cubierto.

    Cuando Juliana llegó a la vereda en el bus, entró a la pequeña tienda a comprar algunos víveres. De pronto su amiga la llamó a preguntar si había llegado bien. Juliana le contestó:
    – Estoy llegando. Apenas voy a caminar, te llamo apenas llegue.

    Su amiga, confiada en la seguridad del camino, quedó en espera de la llamada de Juliana.

     

    Juliana empezó a caminar. Era un camino de unos 2 kilómetros y medio para llegar a su casa. Empezaba a hacer frío y la oscuridad intentaba dominar el camino a casa de Juliana. Por la luz de la luna ella se podía guiar y escuchaba el agua del río golpear contra las rocas.

    Apenas llevaba unos 300 metros caminando y su respiración era rápida, y ya sentía el cansancio del paso rápido. Estaba un poco perturbada porque no había nadie que la acompañara en el camino, porque ya era tarde, y no era posible encontrarse a un vecino, amigo… O a cualquier persona.

    El camino se acercaba a la orilla del río, por eso debía apurarse un poco más. Era frío y Juliana no quería que su hijo, recién nacido, recibiera el frío a pesar de que estaba bien cubierto. Tú sabes, una madre no deja nada al azar cuando cuida su hijo.

    De repente, el viento empieza a jugar desde el agua del río. Juliana lo sintió como un silbido que rompió el silencio… Se asustó, parecía un embrujo porque no sabía si es que venía gente cantando o qué estaba pasando, y su hijo también lo sintió porque empezó a llorar. Juliana no tardó en calmarlo y pudo seguir caminando, esta vez un poco más rápido.

    Unos metros más adelante, Juliana se encontró una roca sobre la cual podría reposar y revisar a su hijo. A pesar de estar bien cubierto y dormido, Juliana empezó a sentir que algo andaba mal y no podía quedarse más tiempo en esa roca, entonces se puso de pie y continuó caminando.

    De repente, ella escucha algo a lo lejos: suena una flauta que se acerca y viene de río arriba. Ella sigue apresurada, hasta que ve pasar una balsa. De allí provenía el sonido de la flauta, pero también alcanza a ver quién la está tocando: Un hombre gigante, al que se le notaba su barba y cabello abundante. Además, lo más impresionante, sus ojos penetrantes, de un rojo brillante, como carbón ardiendo. Era sin duda un ser demoníaco.

    Juliana, sin pensarlo, dejó de mirar y empezó a correr hasta que sintió que se perdió de la vista de aquel ser. Agachada detrás de unos árboles, ella creía estar a salvo, pero escuchó unos metros adelante de ella los pasos sigilosos de ese ser grande y peludo. De pronto paró frente a ella y empezó a murmurar, pero Juliana no le entendió.

    Ella, valientemente se paró y empezó a correr. Tenía que hacerlo: una nueva vida, la más importante, dependía de ella. Sin embargo, aquel ser la seguía persiguiendo. Imagínate, vas en la noche en un camino de vereda, sientes como tiembla la tierra por los pasos de un ser gigante y demoníaco que te persigue… Imagina cómo estaba Juliana.

    Así entonces, Juliana fue alcanzada y cayó al piso. Su hijo empezó a llorar y ella se enfrentó con el peludo gigante. Le tiró su bolsa de víveres y de repente, el gigante se calmó y miró lo que salió de la bolsa.

    Juliana no dudó y se fue corriendo a su casa con su hijo. Allí se calmó y se convenció que ese suceso fue su imaginación que le dió un mal rato.

    Al siguiente día de mercado, Juliana estaba en la plaza central. Notó un niño que se le acercó y le dijo: “Gracias por la sal, siempre me gusta mucho”. Ella recordó que entre los víveres que compró aquel día, había un poco de sal.

    Juliana no le contó esto a nadie, decidió contármelo a mi, y yo vengo a contárselo a ustedes.

    El Mohán, es un ser que vive a las orillas de los ríos, cuida mucho su territorio, pues allí tiene un gran tesoro. Parece ser juguetón, pero es un ser demoníaco.

    Le gusta comer niños de pecho y secuestrar mujeres lindas. Cuando está enojado solo se le puede calmar con sal y tabaco.

     


    Imagen adaptada del usuario Markel Urutia en Flickr